lunes, julio 26, 2010

Los reyes magos también eran tres

Lo último que pasó por mi cabeza el día que te conocí fue que me fueran a dar tantas ganas de escribirle un cuento a tus lunares.

Podría escribirle un cuento a cada uno, imaginar una frase en específico, única y absolutamente mía para cada uno de ellos, empezando por el que tienes en el párpado derecho, siguiento con el que está entre tu ojo izquierdo y tu nariz... y así poco a poquito irlos contando, dibujando en mi cabeza para reencontrarlos en tu cuerpo de ida y en mi memoria de regreso... y de vuelta otra vez.

Porque pensar que te quiero es pensar en pedirle deseos a los lunares de tu espalda, a los tres que parecen cinturón, que son como tener seis años y muchas ganas de que te pasen cosas. Que son para contarles secretos y muchos cuentos, para platicarles veinte historias mientras tu te niegas a meterte en las cobijas.

Si pudiera escoger un lugar para guardarme en las mañanas en que no me da la gana levantarme, sería en esos tres, y es que no se me ocurre, justo ahora y en este instante, un lugar mejor que el costado derecho de tu espalda para ver pasar el mundo, para decidir que en lugar de salir a la rutina, al tráfico y al hoy, me quedo saltando de uno a otro, hasta saberme el diámetro justo y el ángulo exacto de inclinación.

Se me ocurren otras cosas, pero esas mejor te las escribo bajito cuando estés dormido, para poder dejártelas en trozos sobre post-its rosas con letra pequeñita abajo de tu teclado o adentro de tu cajón.

Otro día que me agarres sin miedo, te platico a dónde llevan las venas de tus brazos, y te invento de dónde vienen las que cruzan por tu cuello y hasta tu talón.