Frena... frena... ¡qué frenes!
Yo, como todas las mujeres, aprendí a manejar a mentada de madre, debido a que a diferencia de mis congéneres masculinos, no nací con la información genética necesaria para trasladar vehículos automotores de un lado a otro, ni mucho menos de colocarlos de manera horizontal entre otros dos de los citados. El primer coche que tuve era estándar, recuerdo perfectamente a mi papá cuando me explicaba lo del clutch:
- ¡¡¡Despacitooo!!! Chingada madre, sácalo despacito, ¡¿qué no entiendes lo qué es despacio?!
- Ay no me grites (lagrimita) lo estoy sacando despacito...
- Si lo hicieras como te estoy diciendo no se te apagaría, a ver, oríllate...
Claro que tu te indignas:
- Ya no quiero aprender, sob sob
- No seas payasa, perdón por gritarte, pero fíjate
- No, no, me voy a bajar, me voy caminando a la casa
- Ya, prende el carro
- No quiero, snif
- Que en-cien-das el ca-rro
Ah ah ah, pero eso no se compara con el volante! Sí, la manera adecuada de dar vuelta, en 30 sencillas lecciones:
- !!!Muévelo tantito!!! ¡¡¡Si no es un pinche bote de nieve para que lo muevas tanto!!!
- Si no lo estoy moviendo mucho (lagrimita)...
- Fíjate fíjate... ¡Es una vuelta! ¡¡¡No es para que gires sobre tu eje!!! ... ¡¡¡Que no es un bote de nieve!!!
Mi papá es un monumento a la paciencia, sin lugar a dudas.
Luego me pagó clases de manejo en una de esas escuelitas que poseen flamantes vochos del año en que enseñar el tobillo era considerado pecado. Mi instructor era un prieto bastante bizco que me causaba repugnancia, sobre todo porque tenía una de esas miradas vulgares e incisivas (o igual no enfocaba bien, saaaabe).
Total que tampoco terminé de aprender, pero eso sí, me metió al "tráfico" de esta gran metrópoli, a coexistir con camioneros y señoras camioneta (menos mal que en aquél entonces los camioncitos mafufos verdes que nos quitaron un carril todavía no existían).
Igual merecía un premio nada más por lograr meter la reversa (estaba durísima, sin albur).
Al final, aprendí con mi mamá que se animó a ir con esta amenaza a la seguridad de los transeúntes hasta el otro extremo de la ciudad (de lunes a viernes, mi trayecto a la prepa), aunque en su carro, que era automático, entonces se puede decir que más que nada aprendí a andar en el tránsito con ella. Del estándar, terminó enseñándome el novio de una amiga con quien sostenía una maravillosa relación completamente platónica y que en lugar de gritarme lo pendeja que estoy cuando cuasiatropellaba gatos, lo tomaba con filosofía y nada más se reía de mi incompetencia.
- ... jajajaja espérate espérate... frénale... jajajaja casi nos matas jajajaja
Hermoso y adorado :)
¡Ah! Porque tooooooodos los hombres son unos ofrecidos de "ay yo te enseño, si es facilísimo, pfff", y a la mera hora terminan sacando su vulnerabilidad ante la frustraciónn (porque como ellos, el día que les sueltan un carro de una manera mística ya tienen todo el conocimiento, como por ósmosis... que les diré que eso creen, porque hay cada pendejo suelto por las calles, lo más gracioso es que se creen unos chingones manejando, ternuritas).
Total que ya después era una master para la estacionada, las subidas y las bajadas. Al menos tres veces por semana me encontraba con un amigo rumbo a la escuela y echábamos carreritas (todavía es recordada la legendaria carrera en donde, llevando él la delantera y habiéndome casi volteado en una glorieta, logré la victoria al rebasarlo por el carril de sentido contrario cuando se encontraba pasando un tope); todo fue muy divertido hasta que un día su abuelita lo cachó y lo castigaron, pobre. Irresponsabilidad de juventud.